Retumban sus
palabras en mis oídos todavía. Palabras calmadas de una historia de
vida difícil. Palabras que brotaban al aire parando la brisa de la
tarde y que me sobrecogieron. Decían más que ellas mismas, sugerían
imágenes terribles de años pasados, en el mismo escenario en el que
nos encontrábamos sentadas.
Y yo, que
soy incapaz de visualizar nada de lo que me proponen en yoga, veía a
los actores de la obra de su vida. Iban de una habitación a otra,
andaban por el camino de l'Arboç a Castellet, paraba sus lágrimas
de golpe, de golpe.
Ojos bien
abiertos, casi salidos de sus órbitas, van por delante de todo. Le
avisan de lo que pasa, la preparan para ver más allá porque nunca
tuvieron a nadie que les guiase, que le proporcionase descanso,
sosiego y cobijo. Y de tan a costumbrada a ver más allá, ya no sabe
parar e imagina, intuye, observa, espera, analiza, crea, siente como
si nada hubiese cambiado.
Superviviente
de un mundo donde nadie la arropó por la noche, ni vigiló su sueño
debería vivir permanentemente abrazada. Es difícil abrazar a un
gato, pero siempre se acaba por acercar, cuando se siente confiado,
cuando se habla bajito...
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